Llegar a la Ciudad de México fue como entrar en un mundo nuevo, lleno de colores, sabores y aromas, entrelazados en cada rincón de esta vibrante metrópolis. Habíamos viajado para un intercambio cultural. Y yo era la embajadora del Meta, lista para compartir nuestra riqueza musical y cultural con el público mexicano.
A primera vista, la música jarocha de México y la llanera de Colombia pueden parecer diferentes. Sin embargo, descubrimos que comparten una profunda conexión a través de sus raíces folclóricas y de su trascendencia sobre la identidad de los pobladores en sus respectivas regiones. De hecho, sus elementos comunes como el zapateo, el arpa y la alegría les unen atravesando fronteras.
Con sus faldas largas y amplias, además de sus bellos tocados, las mujeres responden sutilmente a las miradas seductoras de los hombres, cuyos elegantes trajes e intenso zapateado tienen un objetivo claro: enamorarlas a ritmo jarocho. El parecido es absoluto pues, como acontece en los llanos orientales colombianos con el zapateo y el escobillado, todos bailan y coquetean en pareja, con elegancia y altivez.
La música jarocha es esencial en la cultura de Veracruz. Sus melodías se entrelazan con la historia y la vida cotidiana local, y son una expresión vibrante de sus tradiciones. Con sonidos alegres y ritmos contagiosos, como el que vivimos escuchando son jarocho, se caracterizan por el uso de guitarras y jaranas.
En mi calidad de embajadora, el día de la primera presentación, en Xalapa, mi corazón latía con fuerza mientras subía al escenario del Teatro del Estado. Pero sentía la emoción y el interés de la audiencia mientras entonaba los acordes del joropo. La magia y lo recio de la música llanera trascendía las barreras internacionales; y en ese momento, estaba conectando con el alma de quienes me escuchaban. Sus aplausos y vítores fueron un regalo que recordaré por siempre.
Luego, nos dirigimos a Coatepec, un pueblo encantador que evoca algunas regiones del Meta porque está rodeado de cafetales y exuberante vegetación. Allí, en un teatro íntimo, pude acercar a la gente a la esencia de la música. Las letras de nuestras canciones hablaban sobre la vida, la naturaleza, los caballos y las llanuras infinitas. Y entonces, a pesar de ser diferente a la de Xalapa, la audiencia en Coatepec también se entregó a la fuerza y belleza de nuestros ritmos.
Fuera de los escenarios, aproveché cada momento para compartir experiencias y conocer cuanto pude de la cultura mexicana. Probé deliciosos platos locales, recorrí calles históricas y me maravillé con la arquitectura colonial y urbana de Veracruz, México.
Este viaje, en el que estuve representando a Colombia y su cultura llanera, me dejó una sensación de gratitud y la certeza de que existe una profunda conexión entre ambas naciones. La música sirvió como puente entre Colombia y México, y me recordó una vez más que es un lenguaje universal, fundamental para derribar fronteras y unir corazones. Fue una experiencia inolvidable, llena de notas musicales y momentos que atesoro en mi corazón.
Comments