En medio de los verdes paisajes del Meta, en Villavicencio, se tejen historias de lucha constante, valentía y resiliencia. Una de ellas es ser una persona trans. Es un viaje marcado por el esfuerzo, las lágrimas y la constante sombra de la marginalidad.
El DANE considera que en Colombia la población LGBTIQ+ alcanza las 456 mil personas, lo cual equivale al 1,3% de la población mayor de edad. Y, de acuerdo con la Corporación Caribe Afirmativo, diariamente 10de ellas son amenazadas por su orientación o su identidad sexual.
Gabriel Santiago Alonso Parrado tiene 29 años y es un hombre transgénero. Hace dos años inició su proceso de transición. No es muy alto; tiene piel trigueña, labios medianos, cabello corto y ojos caídos, tan oscuros como las noches sin luna. Su voz suena como la de un adolescente y usa gafas grandes. Actualmente, es estudiante de Derecho y comparte su experiencia para mostrar los desafíos que vive a diario.
En relación con su identidad describe el hallazgo crucial de su vida: “salí del closet cuando estaba pequeño y le dije a mi mamá que sentía atracción por las mujeres. O sea, era lesbiana. Pero nunca me sentí cómodo con ese término, pues siempre escuché hablar de orientaciones y no de identidades. Y la mía era ser hombre.”
Entonces pensaba “que solo la gente con mucho dinero podía hacer su transición. Sin embargo, en 2020 una persona me nombró en pronombre masculino y sentí como si algo hubiese hecho un click en mi vida.”
Pero la sociedad está construida sobre un sistema sexo/género. El primero es otorgado biológicamente y el segundo se construye de manera social e histórica; dependiendo de las características, condiciones sociales y culturales de cada tiempo y espacio del individuo.
Por tal motivo, salir de tales parámetros resulta complejo y tomar la decisión de cambiar el género no implica solamente el ámbito económico, también el emocional y familiar, como describe Gabriel: “Si encontrarme, aceptarme y saber quién soy me costó 27 años; las personas cercanas no lo pueden entender de un día para otro. Para mí, estos dos años han sido un proceso de deconstrucción y reconstrucción. Fue difícil decirles a mis seres queridos, que ahora mi nombre era Gabriel, pues siempre fui la niña de los ojos, de mis tíos y de mi papá. La primera persona en saber fue mi mamá, a ella le daba muchísimo miedo que la sociedad me lastimara. Y a raíz de mi decisión no hablo con mi padre, pues él no lo aceptó.”
Esto trae repercusiones a la salud mental de las personas trans. De hecho, según la Organización Mundial de la Salud, el 60% los sujetos con orientación sexual y de género diverso sufren depresión.
De hecho, en Colombia, en el sector de la salud hace falta una mirada de género amplia; por lo que las personas trans exigen protocolos y profesionales capacitados. Como evidencia lo sucedido con Gabriel: “existen protocolos, pero se quedan en el papel, pues no se les explica a los médicos, enfermeras y a los individuos de facturación cómo tratarnos. Cuando inicié mi tratamiento, la médico me dijo, no sé qué hacer, te voy a remitir a especialidades. Y debí empezar mi proceso en Bogotá, en el hospital San José, que es pionero en estos temas.”
Ser trans es una lucha constante para hacerse conocer en un sistema patriarcal como el colombiano. Y, aunque el cambio de sexo fue permitido en la cédula partir de 2015, todavía presenta dificultades pues existen notarías que se niegan a efectuar el trámite, o presentan fallas en el proceso. “En mi caso, al realizar mi cambio de sexo en la cédula dejaron dos números de identidad iguales: uno con mi nombre anterior y otro con el actual, Gabriel”.
La identidad de género es un derecho inalienable, no hay nada más gratificante para las condiciones humanas que el poder ser, eso es vida, como concluye Gabriel: “No lo cambio ni por las pérdidas, las lágrimas, por la dificultad emocional, aun así, no cambio el ser Gabriel. Tengo 29 años de vida, pero me siento vivo hace dos”.
Comments