«Entre la capital colombiana y el meta, un hombre lucha por salir de las drogas y también por recuperar el tiempo perdido con su hija, quien ha sido su principal motivo para salir de esto».
La vida no ha sido fácil, nadie dijo que lo fuera, y la de él no sería la excepción. Las malas amistades, decisiones y drogas hicieron que la vida de Guti, como era conocido en el bajo mundo de la calle, fuese totalmente un fracaso.
Foto: María José Díaz Calderón
Aún no tenía conciencia ni razón y la vida ya le traía un gran obstáculo. Guti nació en la ciudad de Bogotá, con una enfermedad de malformación llamada «pie equino varo», fue inválido, hizo toda su primaria en silla de ruedas, en sexto de bachillerato uso por primera vez muletas y de ahí en adelante siguió luchando en contra de su enfermedad hasta que lo logro, culmino su bachiller sin ninguna discapacidad. Según él, fue mejor Icfes a nivel Colombia en el año 96, Tuvo beca para estudiar en la Universidad que quisiera, pero decidió descansar 1 año porque había salido muy joven del colegio. Y pienso que sus virtudes e inteligencia se notan, pero se ven perdidas por las drogas.
Mientras ese año pasaba, Guti conoció el trabajo, pero como vivía en un barrio donde se hacían «vueltas mal hechas» (robo, microtráfico, entre otras) siguió esta línea hasta que logró
ahorrar dinero para poner una taberna en aquel barrio; como estaba ganando «buena Plata» empezó a salir seguido a fiestas, hasta que un día un «amigo», le dijo que probara esto, le paso una pipa que para que le quitara un poco la borrachera y a sus 22 años probó el bazuco, esto empezó a ser mensual y de esto se basó su vida durante 2 años. Su familia se dio cuenta de esto y lo llevaron a un centro de rehabilitación que se llamaba la Luz, allí duro 6 meses y al tercer día de salir de este lugar recayó.
— Y ¿qué hizo su familia?
— Ellos estaban muy tristes, mi abuela estaba destrozada y me dolía mucho verla así.
— Y ¿la taberna?
— La vendí, esa plata que recogí se la di a mi abuela y me fui para no hacerlos sufrir más.
Guti se refugió en el Cartucho durante 2 años siendo habitante de calle, allí tuvo que vivir muchas cosas que aún marcan su vida, pero prefiere no contar; aunque así dice que de allá tuvo que salir porque casi lo matan, le dieron una puñalada en el lagrimal izquierdo, fracturaron sus dos costillas, le dislocaron la mandíbula y clavícula. En este primer encuentro tiene una camisa naranja, jean y tenis. Mientras me habla me lo imagino en el Bronx como
habitante de calle; lo noto tranquilo y sereno. Me llama mucho la atención la cicatriz en su frente.
—¿Qué es eso tan grave que hizo para que terminara así?
—Nosotros en este mundo nos volvemos muy irritables y muchas veces no nos soportamos. Mientras iba reciclando si se me daba la oportunidad me cogía cosas que no eran mías. Yo era «lujero u automotor» yo les quitaba los lujos a los carros (espejos, copas, logos), y no todos sabían hacer este trabajo, yo ganaba más dinero que ellos y eso les daba rabia, entonces se venían encima a robarme, y yo me defendía, pero ese día me dejaron muy mal.
Mientras Guti llegaba al hospital llamo a casa, su familia llego al lugar y lo trasladaron hacia un centro de recuperación, estuvo sometido a varias cirugías y tratamientos, durante este proceso él se recuperaba perfectamente y su familia decidió llevarlo a casa, allí duro 2 meses, pero también pensaron que lo mejor era que Guti saliera de su zona de confort y lo mandaron para la ciudad de Villavicencio.
Él no conocía nada del trabajo de campo, pero entro a trabajar en una palmera, mientras nos reímos de su falta de experiencia, me expresa que, si tuvo nervios porque no sabía nada del trabajo, pero estaba muy feliz porque haría algo diferente y se rodearía de personas nuevas, aprendió muy fácil y rápido. Después de dos años se ganó el cargo de supervisor general de la palmera, fueron 4 años los que duro trabajando ahí; pero no todo es color de rosas, se acabó el trabajo y decidió irse a vivir a Granada, pero allá recayó. Comenzó a robar en los balcones y los habitantes de aquel pueblo lo estaban buscando para matarlo, por ladrón.
Siendo habitante de calle se fue a la ciudad de Villavicencio, residía en el caño Maizaro y allí duro 3 años, después de sentirse enfermo y fracasado decidió buscar ayuda voluntariamente, y se fue para una clínica llamada Renovar «clínica de sistema nervioso», allí hizo un tratamiento de 18 meses y durante ese tiempo conoció una enfermera que trabajaba en ese lugar. Guti se enamoró, la conquisto y ella se volvió su pareja, termino su tratamiento y se fue a vivir con ella, tuvieron una pequeña, la cual se convirtió en su adoración. Me lo cuenta con los ojos aguados y un nudo en la garganta.
Foto: María José Díaz Calderón
Como una familia feliz decidieron construir su hogar en Yopal- Casanare, él consiguió trabajo en las petroleras y económicamente les estaba yendo muy bien; mientras Guti trabajaba su mujer se dedicaba a su hija y el hogar. Pero para él su debilidad siempre será el alcohol y se dio permiso, comenzó a tomar y nuevamente recayó. Entonces comencé a comprender que la drogadicción es algo muy serio y a veces solo juzgamos sin ni siquiera entender. Se le acabó el hogar, su mujer se devolvió para Villavicencio con su hija, y a Guti le dolió como ningún golpe le había dolido, por sus malos actos perdió lo único que le quedaba de familia.
Se devuelve para Villavicencio que ya se había convertido en su zona de confort, habitaba en los barrios: el Barzal, San Benito y la Esperanza. Guti «se adueñaba de lo que no era de él» es decir, mientras reciclaba aprovechaba y si veía un carro por ahí le quitaba el espejo, por uno le daban 20 mil pesos, pero por dos 50 mil, y así era como él iba recolectando para poder consumir.
—Guti, ¿usted que consumía y cuánto le costaba?
— Yo Primero recogía para el alcohol, me costaba 4000 mil pesos el litro, me lo tomaba con Frutiño y no me podía faltar, era mi dosis diaria, seguía recogiendo para evolucionar la traba, me iba para el Santa Fe y compraba una recarga de pegante «yo llevaba la botella», me vendían el poquito de pegante a 1000 pesos; pero yo era muy astuto e inteligente, en la noche compraba bastante vicio, salía hacia el 7 de Agosto y vendía la droga más cara para multiplicarme y tener más dinero, así también facilitaba mi consumo.
Al pasar los días, las drogas estaban consumiendo lentamente a Guti, estaba en un estado muy lamentable. Un día cualquiera, en horas de la tarde, el iba caminando desubicado por las calles de la ciudad. Su mujer, de la que no sabía hace varios meses, estaba trabajando en ambulancias del llano, y paso en una ambulancia justamente por la calle donde caminaba Guti, detuvo el carro, se bajó y se dirigió a él, con sus ojos brillantes—como los tiene él en este momento— la mirada distraída evitando llorar y con desconsuelo le dijo eso que antes necesito, para que pudiera reaccionar.
—¿Qué fue eso que le dijo?
— Me dijo que si algún día la quise y que si quería a nuestra hija me recuperara, que ella aún no tenía a nadie, y que tenía la fe y esperanza intacta de que yo iba a cambiar; Ella se fue y me di cuenta de cómo estaba.
— No sabe cómo todo esto toca mi corazón Guti, yo también tengo mi fe puesta en usted, porque Dios lo trajo para grandes cosas.
— Así es, muchas gracias.
—Y ¿cómo vio usted mismo después de que ella se fue?
—Salí corriendo, busque un espejo y cuando me miro, parecía un viejito, estaba mueco, pesaba por ahí 42 kg, me dolió mucho verme así, pero comprendí que uno en esa condición no percibe la realidad.
Gracias a esa mujer por fin pudo comprender lo que hace mucho tiempo intentaba hacer, se bañó, se arregló y mientras caminaba pensaba en buscar nuevamente ayuda, pero esta vez con el objetivo de lograrlo, por su hija y por él. Entonces pensó en la fundación del Alfarero, ya conocía esa fundación 17 años atrás, Guti había estado 1 año allí, pero salió y siguió en las mismas, pero tenía toda la disposición y se estaba creyendo que lo iba a lograr, entonces se dirigió allá, le pidió ayuda a Elkin Zapata (fundador) y le dijo que sí, le dio otra oportunidad, y hoy ya lleva 4 meses y medio allá. Observo este pequeño lugar y veo como cada una de las personas que están en este proceso de rehabilitación hacen sus quehaceres, el calor empieza a ser sofocante y hace que despierten algunos olores nauseabundos, estamos sentados al lado de un sifón.
Foto: María José Díaz Calderón
Estar ahí para él no ha sido fácil, no es fácil convivir con personas con problemas de drogas porque se vuelven muy irritables, la ansiedad los hace más irritables aún. Para Guti no ha sido fácil, no ha visto a su hija durante 1 año y 17 días, le duele mucho el tiempo perdido con su pequeña espera verla el 16 de mayo, el día de sus cumpleaños.
Para este segundo encuentro fui a la casa del Alfarero a visitarlo, me sentía muy feliz, pues ya había pasado el día de los cumpleaños de su hija, y estaba convencida de que ese día había sido todo un encanto. Me encuentro a Guti con una camisa gris, como un presagio de la noticia que tenía, se ve triste, lo noto en su mirada.
— No sabes cuánto me alegra verte, pero vengo a ti porque creo que ya paso el día más feliz de tu vida.
Con sus ojos aguados, Guti agacha su mirada y con su voz entrecortada.
— Ese día nunca llegó, sentí temor, mi pequeña está en una edad donde todo lo capta y no quisiera que al llegar allá las personas que viven con ella empiecen a hablar de mi pasado, este año no fue, pero sigo en la lucha y estoy convencido de que el otro año será diferente, vivo y lucho día a día por ella.
Aunque fue muy fuerte, su dolor y tristeza se sentía, le costaba un poco hablar, pero lo hacía, sus ojos aguados hacían que mi sentimiento de tristeza se notase, salí del lugar y él quedo allá, destrozado, pero con la ilusión y satisfacción de que lleva 4 meses ahí y lo está logrando.
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