Era el viernes 13 de octubre, un día soleado sin nubes, mi familia y yo nos aventuramos en una emocionante travesía de rafting por el río Güejar. Sin embargo, lo que prometía ser una divertida experiencia se convirtió en una lucha desesperada por la supervivencia.
Desde temprano, el ambiente estaba cargado de emoción. Habíamos planeado meticulosamente este viaje, preparando nuestro equipaje y disfrutando de un delicioso desayuno antes de dirigirnos a la agencia de turismoours. La lluvia amenazaba con aumentar el nivel del agua, pero estábamos decididos a enfrentar cualquier desafío.
Llegamos al río con nuestras ansias de aventura a flor de piel. El agua tenía un tono café verdoso y fluía con fuerza impresionante. Daniel, nuestro guía, nos advirtió sobre las condiciones peligrosas debido a las lluvias recientes, pero no quisimos retroceder.
A medida que nos adentrábamos en el río, los rápidos se volvían más intensos. Mi corazón latía aceleradamente mientras sujetaba el bote. Delante de nosotros, nuestro valiente guía en kayak trazaba la ruta más segura entre rocas gigantes, adornos del paisaje.
En medio de la adrenalina y la belleza natural que nos rodeaba, llegamos a una curva brusca donde una gran roca se interponía en nuestro camino. Sin tiempo para reaccionar, el bote chocó violentamente contra la roca y caí al agua. La corriente me arrastró sin piedad hacia la cueva subacuática formada por la roca, donde me quedé atrapada, sin poder respirar ni salir.
El pánico se apoderó de mí mientras luchaba por alcanzar la superficie. La corriente me empujaba hacia abajo, negándome el aire que tanto necesitaba. Pero en medio de la desesperación, encontré la fuerza para nadar hacia abajo y dejarme llevar por el cauce, con la esperanza de encontrar una salida más segura.
Finalmente, emergí a la superficie, sintiendo una mezcla abrumadora de miedo y alivio. Mi corazón latía desbocado mientras dejaba escapar una carcajada cargada de emociones. Había sobrevivido a la furia del río Güejar y renacido entre risas y lágrimas.
Después de este episodio aterrador, continuamos nuestra travesía hasta llegar a La Reserva, otro municipio cercano. Allí, compartimos un delicioso almuerzo de carne a la llanera mientras reflexionaba sobre lo ocurrido. Esta experiencia me recordó la fragilidad de la vida y la importancia de valorar cada momento con aquellos a quienes amamos.
En conclusión, nuestra aventura en el río Güejar se convirtió en una historia de supervivencia y redescubrimiento personal. Aprendí que incluso en las experiencias más hermosas pueden surgir momentos de tragedia, pero también la fuerza para superarlos y apreciar cada instante de felicidad.
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