Los 48 jinetes salen con calma desde sus puntos de encuentro y atraviesan el pueblo, galopando suavemente y en silencio. Su enfrentamiento es inminente.
Los indios guahibos llevan tocados de plumas iridiscentes; flemáticos, los españoles aparecen uniformados a la usanza de antiguos guerreros europeos; “venidos” desde el Magreb, los musulmanes lucen turbantes árabes; y los negros africanos muestran armaduras forjadas con restos de animales, cuyas conchas, pieles y colmillos les otorgan un aspecto fantasmagórico.
En un campo abierto de casi cuatro hectáreas, las Cuadrillas de San Martín emulan antiguas batallas medievales, organizadas en una serie de juegos ecuestres que evidencian la destreza de los jinetes; mientras cientos de turistas y vecinos se regocijan con las carreras, confrontaciones y formaciones conjuntas.
Son consideradas Patrimonio Cultural colombiano y, a sus 288 años, constituyen un rito de confraternidad, donde la guerra se mitiga a través del folclor, durante la segunda semana novembrina. Pero también son una invitación a evocar y reflexionar.
En el lugar convergen cuatro grupos cuya diversidad étnica y cultural resulta difícil de comprender sin volver sobre la historia.
El contacto cultural entre lo occidental y lo islámico no es nuevo: a lo largo de los siglos, ambas maneras de ver el mundo han interactuado a través de crudos encuentros y extenuantes desafíos. De hecho, los musulmanes o moros invadieron la Península Ibérica durante más de siete siglos; pero, en la primera Cruzada, los españoles también combatieron en Palestina “para recuperar Tierra Santa de los musulmanes”.
Con la expulsión de los moros, el “descubrimiento” de América y el impacto político-económico que generó se incorporaron dos nuevos grupos: africanos secuestrados en sus lugares de origen para esclavizarlos en las nuevas tierras, e indígenas sometidos por el poder del imperio.
Naturalmente, como si se tratara de un crudo y colorido crisol, todas estas irrupciones militares y sus consecuentes intercambios culturales tuvieron profundos impactos sobre los cuatro grupos. E incluso hoy, siglos después, se evidencian en nuestro lenguaje, arquitectura, ciencia, música y danza.
Pero esta reflexión solo es posible pasados varios días. En pleno evento de cuadrillas, la batalla más connotada se da entre los asistentes con risas, espuma, melaza y ceniza. Ninguno resulta indemne.
Es claro, mientras las Cuadrillas de San Martín se ejecuten generación tras generación en el municipio más antiguo del departamento del Meta, ningún visitante podrá eludir el sincretismo de su puesta en escena ni la rica evidencia de nuestro mestizaje artístico.
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