A Tara García Torres* le arrebataron su infancia. Más de 60 años después, recuerda el día que fue obligada a casarse con un hombre 23 años mayor.
«Desde los 12 años tuve que asumir el rol de esposa, a esa edad las niñas juegan con muñecas, no a ser amas de casa, pero así me veía él. No tuve elección, lo que menos pensaba era en casarme, tuve que madurar muy rápido»: Tara García Torres, 73 años.
El 14 de marzo de 1961 no se borrará jamás de la memoria de Tara. Ese día, mientras ayudaba con sus hermanas en los quehaceres del hogar, escuchó la voz de Marcos, el vecino de la finca de al lado, un hombre que solía visitar a su madre, mientras aprovechaba para observar a sus hijas, pero por la inocencia de la edad, nunca se preocuparon por aquellas miradas que anunciaban su destino.
—Doña María, hace mucho tiempo me siento atraído por su hija —escuchó al hombre cuando lo confesaba.
—Pues si tanto le gusta, llévesela. Tráigame un bulto de leña y se la doy —respondió su madre.
—Mañana, a esta misma hora, se la traigo —sentenció Marcos.
Esa noche, la pequeña Tara no pudo dormir de pensar en lo poco que valía para su madre. Confiesa que la hizo preguntarse a sí misma qué había de malo en ella. Se sentía tan frustrada que le contó a su padre Faustino lo que pasaría al día siguiente.
«Él no estaba de acuerdo con esa decisión, pero mi mamá siempre fue de carácter fuerte y era quien tomaba las decisiones finales», relata.
Veía el reloj todo el tiempo creyendo que era mentira, que no llegaría o que quizá su madre cambiaría de opinión en el transcurso del día. Lastimosamente no fue así. Al día siguiente, a la misma hora, más o menos a la una de la tarde, después de almorzar, llegó el hombre por su canje.
—¿Cuál fue su reacción al ver que aquel hombre de 35 años se la iba a llevar como esposa?
—le pregunto ahora a doña Tara, mientras me recibe en su casa.
—Yo estaba lavando la loza y arreglando la cocina cuando lo vi por una ventana que daba contra la montaña. Solo pensaba en salir corriendo, pero me metí debajo de la cama y duraron buscándome como por una hora, hasta que dieron con mi escondite. Me pegaron con rejo por hacerlos dizque preocupar.
—Qué difícil momento, me imagino la escena en la que se despedía para siempre de su hogar, de sus hermanas, de sus padres. ¿Qué les dijo cuando fue por la maleta?
—Me acuerdo de cada palabra que salió de mi boca, le dije mami, no quiero irme con él. Le pregunté si había hecho algo malo, pero solo me dijo chao, Tara. Mi mamá nunca me demostró afecto, tenía un corazón muy duro, pero aun así era mi mamá y yo la quería. Mi papá sí lloraba, yo solo me preguntaba si les harían lo mismo a mis dos hermanas.
Al principio, a Tara le dio muy duro, pues con apenas 12 años era poco lo que sabía hacer, aunque en esa época, las niñas, desde pequeñas, ya respondían por los quehaceres de la casa. Ella solo había aprendido a lavar los platos y a organizar las camas. Por eso, Marcos la golpeaba constantemente, la gritaba, le reprochaba que no sabía hacer nada, según relata. En una ocasión la arrastró por toda la casa para obligarla a rehacer las tareas y la limpieza hasta ver la casa reluciente.
—Él me veía como su empleada y quien le daba placer cuando a él se le diera la gana —expresa Tara, quien también cuenta que perdió varios bebés en el vientre a causa de los golpes. Fueron cinco abortos. Su primer hijo fue Javier, lo tuvo a los 13 años, luego Silvio a los 15, siguieron Miguel, Francisco y la más pequeña Flavia.
—-¿O sea, tendría alrededor de 10 hijos?
—Se me murió Silvio a los siete años y Miguel se estrelló en un accidente automovilístico, falleció a los 24, aún le quedaba mucha vida por delante. Espero que me estén cuidando desde el cielo.
En los días más duros, Tara recuerda cómo era su vida en casa, cómo corría por las montañas, caminaba hasta el pueblo a comprar el mercado, jugaba con sus hermanas, ayudaba a doña María, otra vecina, a hacer tamales para vender el fin de semana.
A los ocho años de vivir juntos, Marcos tomó la decisión de mudarse a Villavicencio, así que empacaron y se fueron del Huila, vivían en un municipio llamado Gigante. Años después le llegó la noticia de la muerte de su madre. Realmente no le dio duro; sin embargo, buscó a su papá, porque sabía que a él sí le afectaría. Entonces, decidió llevarlo a vivir con ella, habló con Marcos y este aceptó.
Los tiempos empezaron a mejorar, el machismo empezó a disminuir y Tara comenzó a trabajar de la mano de Marcos. Como los hijos crecieron, empezaron a ver el maltrato hacia su madre, entonces, el hombre decidió cambiar su actitud hacia ella, quería proyectar una mejor imagen y no cometer los errores del pasado. Montaron un restaurante en una zona muy transitada, por ende, daba muy buenas ganancias; su relación mejoró. Ahora eran como amigos, pero seguían juntos por costumbre.
Llegó la pandemia y tuvieron que suspender el servicio del restaurante, todos se cuidaban muy bien y nadie salía de sus casas. Cuando ya se podía salir, hubo múltiples contagios, Marcos se enfermó, se creía que no era tan grave y que todo mejoraría al pasar los días si tomaba sus medicinas. Pero de un momento a otro se agravó y tuvieron que internarlo en una unidad de cuidados intensivos, donde duró aproximadamente 15 días. Al poco tiempo falleció, los pulmones dejaron de funcionar.
Tara quedó viuda. Lloró, aunque lo veía más como una figura paternal que como su esposo, pues la diferencia de edad ya era notoria: se llevaban 23 años. Además, ella siempre aceptó esa relación por obligación, más no por amor. Lo recuerda con rencor por todos los ratos tristes que pasó junto a él y agradece también las cosas buenas, porque el amor hacia sus hijos fue lo que lo motivó a cambiar el comportamiento hacia ella, igualmente porque al lado de él aprendió a trabajar.
«Ahorita me siento muy tranquila y me va bien económicamente, mis hijos han sido de gran ayuda, ya soy abuela y soy la más feliz con mis nietos», dice, mientras espera algún día poder perdonar. Agradece que los tiempos no sean como antes, todo lo que vivió a su corta edad la convirtió en una mujer echada para adelante. Ahora no se deja de nadie, aguantó muchas cosas en su pasado, pero hoy vive muy tranquila, se quitó el peso de un bulto de leña.
*Los nombres fueron cambiados por petición de la protagonista de la historia.
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