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Foto del escritorLa Pluma

Un hombre, mil milagros

Por: Yerick Tatiana Muñoz Medina


Toda mi vida ha sido un milagro de Dios. Yo, Enrique Rodríguez Ocampo, morí y regresé a la vida después de pasar tres días en la morgue. En 1970 gracias a la violencia intrafamiliar que sufríamos por culpa de mi papá, que era alcohólico, tomé la decisión de escapar de casa. En ese entonces tenía solo ocho años de edad.


Entré en una pandilla para poder sobrevivir y rebuscarme junto con ellos lo del pan, esta banda me acogió, me decían que, si no fumaba un cigarrillo, no era hombre. Mi papá siempre me enseñó que los hombres no lloraban, eran machos. Yo acepte el cigarrillo para evitar que me dijeran “niña”.


El mundo de las drogas y perdición


Ese primer cigarrillo de marihuana que en ese momento sabía horrible y acepté solo para evitar burlas, fue mi primera entrada al mundo del vicio. A los 16 años de edad yo cargaba un arma en la pretina de mi pantalón. Robamos droguerías, joyerías y en ese mundo fue donde la pandilla y yo nos topamos con secuaces de Pablo Escobar.



"Robamos droguerías, joyerías y en ese mundo fue donde la pandilla y yo nos topamos con secuaces de Pablo Escobar"

Al inicio yo no sabía quiénes eran ni por quién estaban liderados. Solo nos ofrecieron una cantidad de dinero que ninguno se daba el lujo de rechazar. Entré al mundo del sicariato sin saber ni preguntar solo porque era más fácil que robar y más la cantidad de plata que ganaba.


Dos años después, unos amigos y yo decidimos retirarnos, pero “la entrada es fácil, lo difícil es la salida”.


Al intentar salirme del “negocio” del sicariato nos citaron para decirnos unas últimas palabras y pagarnos un dinero que había quedado pendiente. En esa “charla de despedida” asesinaron a dos de mis compañeros y yo recibí un disparo del cual gracias a Dios me salvé.


Resulté en la cárcel y todo el dinero que había conseguido lo gasté en abogados. Gracias a esto solo duré veintiocho meses internado, pero fue mi perdición. Salí de la cárcel con la adicción encima, comencé con la marihuana y poco a poco me volví adicto al bazuco.

Al salir de la cárcel intenté realizar mi vida, conocí a una buena mujer que me dio a mis hijos, pero ya llevaba conmigo la maldición del vicio. Empeora mi adicción, comenzó a faltar el trabajo y el dinero en el hogar. Mi mujer se daba cuenta que yo seguía consumiendo.


Luego de unos años volví a caer en la cárcel, aunque por muy poco tiempo, fueron muchas manos y apoyo de familiares los que estuvieron conmigo en los momentos difíciles, pero el vicio le gana a cualquier cosa y aleja a la familia.


Mi mujer me abandonó y yo me degeneré, comencé a robar a los vecinos y hasta a mi propia familia. Incontables las veces en las que me intentaron matar y desaparecer.


Lo único que me quedaba era el amor de mi madre, ella siempre me recogía y me perdonaba. La última vez que fui a la casa me le robé una olla exprés y “me la fumé”. Ella con dolor en el alma me cerró las puertas y me quedé solo.


El cartucho, sobreviviendo a la mortalidad de las calles


En el año 1990 llegué a la calle del Cartucho al propio “Infierno en Bogotá”, en donde la vida no valía nada, tras ocho años de convivir allí, comencé a consumir drogas como el alcohol antiséptico y pegante (Bóxer) yo iba de mal en peor.


Una mañana me agarró una tos muy fuerte en la que boté saliva con sangre, en ese momento me di cuenta de mi realidad, se me cayó la venda de los ojos.


Le pedí a Dios que se acordara de mí y que me diera una oportunidad, estaba sufriendo mucho y viviendo en las calles todo maltratado. Un día llegaron unos muchachos con biblias y chocolate caliente, nos ofrecieron llevarnos a un centro de rehabilitación, en ese momento vi mi oportunidad, así que acepté ir con ellos.


“Dios mío no vaya a permitir que muera. Yo me ajuicio”

Nos embarcaron en un furgón a 13 de nosotros, cuando me di cuenta nos habían trasladado cerca a Monserrate, nos amarraron las muñecas. En el momento en el que abrieron las compuertas del furgón había unos hombres con pasamontañas, con armas en la cintura y decían que eran del escuadrón de la muerte y que la orden era acabar con toda la escoria de la sociedad.


Nos colocaron boca abajo y nos dieron un tiro a cada uno en la cabeza. Después de haber rogado y llorado por nuestras vidas no tuvieron compasión ni misericordia.


Siempre que yo estaba en una situación así, le pedía a Dios y con los ojos cerrados y lágrimas en los ojos dije: “Dios mío no vaya a permitir que muera. Yo me ajuicio”. Cuando sentí fue el disparo en mi cabeza, me desmayé y recuperé el conocimiento a las dos de la madrugada.


“Si este man no se murió con eso, ya no se muere con nada”

Empapado de sangre, caminé como pude hasta llegar a la localidad de San Cristóbal, allá me recogieron unas personas y luego desperté en la clínica. Las enfermeras decían que era un milagro de Dios, ya que el disparo entró arriba de la oreja y salió por la nuca, sin causar daños severos.


Luego de la ardua recuperación volví al Cartucho, allá mis compañeros me dieron bazuco para celebrar, “Si este man no se murió con eso, ya no se muere con nada”, fueron las palabras de uno de ellos antes de entregarme una papeleta de bazuco.


Después del atentado comencé a sufrir delirios de persecución, esto a causa del bazuco que altera el sistema nervioso y provoca alucinaciones. Yo sentía que esos hombres venían detrás de mí, siempre alucinaba y veía al furgón y las armas.


Yo quedé loco, comencé a hablar solo, ya no robaba, ya no pedía, no reciclaba. En donde me acostaba la gente me botaba comida y en la noche me despertaban hasta tres veces solo porque no podía dormir en los andenes.


Cuando me levantaba los perros iban detrás mío, olía mal, duré dos años sin bañarme, sin cambiarme, con costras en la cara y mi cabello ya tenía magma. Yo no valía nada, ya no servía para nada.

En 1999 los “Sayayines” líderes del cartucho me dijeron que si no me iba del Cartucho me mataban, yo traté de salir, pero no pude, ahí podía dormir la noche completa y tenía el vicio a la mano.


“Tres papeletas de bazuco valía mi vida”


A consecuencia de no tomar las advertencias de los Sayayines, me mandaron a matar con uno de los viciosos de ahí del Cartucho. Le pagaron con papeletas de bazuco. En ese entonces cada una valía cien pesos, trescientos pesos costaba matarme, “tres papeletas de bazuco valía mi vida”.


Ese hombre me propinó cinco puñaladas en el pecho, la puñalada que me despertó, fue una que me dio en el cuello. Cuando me di cuenta ya estaba botando sangre por todo mi cuerpo, por mi corazón, luego de eso solo caí al suelo.


Mi cuerpo yacía en el suelo lleno de sangre, las personas llamaron a la policía y me tomaron los signos vitales, pero lamentablemente ya no tenía signos vitales.


Vino la fiscalía e hicieron el levantamiento de mi cadáver, mi cuerpo duró tres días en la morgue hasta que llegó mi familia a realizar el reconocimiento. Mi madre se encontraba firmando la autorización para iniciar con la necropsia, cuando una sobrinita mía de tan solo seis años se dio cuenta de que yo movía el dedo meñique.


Ella gritó, le dijo a mi mamá y a mi hermana que yo me movía. Dios por medio de ella me salvó la vida.


Después de darse cuenta mi familia de que yo aún vivía, me trasladaron para el Hospital de la Hortúa, (Hospital San Juan de Dios), allí me realizaron una cirugía a corazón abierto. Cuando desperté los medios de comunicación y los médicos decían que todo había sido un milagro de Dios, ya que no se explicaba la razón por la cual yo seguía con vida.


“Mi Dios haz con mi vida lo que desees, mi vida te pertenece”

Recuerdo que durante esta transición tuve un sueño, en el cual yo me encontraba en la orilla de un gran lago hirviente, dentro de este lago había personas quemándose, con la piel a medias, gritando y rogando ayuda. Nunca olvidaría esa experiencia que viví en el que, para mí, fue el infierno.


Luego de pasar por la fama de ser el “hombre que resucitó” y de la recuperación, dijeron que me iban a llevar a un centro de rehabilitación, pero solo fueron y me botaron de nuevo al Cartucho.


Al hombre al cual le habían pagado por matarme, le contaron que yo seguía con vida y lo amenazaron, si no me remataba, lo mataban a él. De un momento a otro el hombre llegó a mí con un machete, yo estaba sentado y a mi alrededor solo había unas piedras, pensé rápido, tome una de ellas y se la lancé, le di en la cabeza. Él cayó al piso y yo salí corriendo.


En ese momento pasaba una patrulla y me cogieron. Los que me habían visto me acusaron. Al muchacho inconsciente lo subieron también a la patrulla. Yo resulté en la fiscalía y él en el hospital. Dos horas después, declararon que aquel muchacho que me quería asesinar, había fallecido por el golpe que le propiné con la piedra.


En la fiscalía no me creían que había sido en defensa propia, yo solo no me quería morir. Fui sentenciado a cuarenta años de prisión en la cárcel Modelo de Bogotá. Yo tenía treinta y siete años cuando me condenaron todo ese tiempo.


Culpaba a Dios por lo que me pasaba, peleaba con él reclamando un ¿por qué?, yo tan solo me defendí de alguien que ya había atentado contra mi vida.


Conocí a Dios


Estando en la cárcel comencé a consumir, me pegaban y tenía una deuda la cual se iban a cobrar con mi vida. Para ese entonces mi vida era toda una miseria.


El domingo era mi sentencia de muerte para pagar lo que debía en drogas. El miércoles llegaron unos cristianos a visitarnos y a predicar la palabra de Dios. Yo les lloré y les pedí que por favor me regalaran plata para pagar esa deuda, a lo que ellos me respondieron que no tenían un centavo, pero de lo que tenían daban y ellos tenían a Dios en sus corazones.


-Dios es el único que te puede ayudar ¿quieres hacer una oración con nosotros?

-Sí, ya no tengo nada que perder


Ellos colocaron sus manos sobre mi cabeza, nos arrodillamos, cuando me di cuenta, entre oraciones se oían sollozos. Pedían a Dios que tuviese misericordia conmigo.


Sentí que se reventó el nudo en mi garganta, ese que me tenía atrapado, atragantado, me solté en llanto y en ese momento supe que estaba muy arrepentido de muchas cosas y que quería seguir viviendo.

Junto con ellos comencé a orar por mí, le pedía a Dios que me perdonara, “Mi Dios haz con mi vida lo que desees, mi vida te pertenece”, fueron las palabras que le dije al Dios entre sollozos en mi oración. Dios entró a mi corazón, le di mi vida desde ese instante.


Llegó el día domingo, los presos a los que le debía dinero me cogieron para matarme. Dios hizo conmigo otro milagro. Los mismos que yo robaba me dieron plata, los hermanitos que se congregaban en el patio conmigo, me dieron más dinero y junté lo que necesitaba para salvar mi vida.


Cuando pagué, el que era el cacique en la prisión me dijo que él me había salvado la vida y ahora tenía que servirle, a lo que yo me negué enseguida.


Mi vida ya le pertenecía a Dios y al único que yo le servía era a él, Él cacique me advirtió que, si me veía consumiendo o sin la biblia me mataba, si iba a tomar los caminos de Dios, que fuera en serio, desde ese momento yo dejé de robar, dejé todo eso atrás. Me tocó volverme cristiano, de lo que no me arrepiento.


Llevaba 25 años de mi vida en la droga, y no es fácil de dejar, me enferme, pero cada vez que me entraban las ansias yo me arrodillaba y le pedía a Dios que me ayudara a superarlo.


Poco a poco fui saliendo y superando esa etapa del vicio. A los cinco meses de una auto-rehabilitación, estaba gordo y cachetón, era más limpio y vivía consciente. Luego de unos meses yo rogué por el perdón de mis pecados, la iglesia me bautizó y seguí por el camino del señor.


Tiempo después me trasladaron a la cárcel La Picota, allí seguí predicando la palabra del señor junto con mi testimonio, el cual ayudaba a más de un adicto que creía que era imposible salir del vicio.


Luego me trasladaron a la cárcel Santa Rosa de Viterbo, estando allá me anunciaron la revisión del proceso en donde se dieron cuenta que el ataque fue en defensa propia, me bajaron a veinticinco años de cárcel.


Seguí mi camino por la cárcel predicando la palabra de Dios, validé la primaria, el bachiller, estudié relaciones humanas, fui monitor espiritual. Unos meses después por un nuevo código bajaron el homicidio a trece años, lo que favoreció a muchos que estábamos desde 1999, unos años después me llamaron para apelación.


En realidad, yo nunca apelé, pero Dios era mi abogado, así que mi sentencia fue reducida seis años, por logros obtenidos y buena conducta. Para mí la cárcel fue una bendición, fue mi centro de rehabilitación, ahí yo deje el vicio en donde más facilidad hay para obtenerlo.


Tras pagar siete años de cárcel, salí rehabilitado y me encontré a la señora, Flor Alba Ariza, la misma que me predicó la palabra del señor en la cárcel. Actualmente mi esposa, me volví obrero carcelario y junto con mi señora predicamos la palabra de Dios y contamos mi testimonio, si se puede cambiar, todo se puede superar.


Trabajamos un tiempo por las cárceles de Bogotá, hoy en día trabajamos acá en Villavicencio, en las cárceles y en los barrios como el Santa Fe, la 01 y el Guatiquia.


Demostrándole a las personas adictas y habitantes de calle, que existe Dios y que nunca se olvida de nosotros, si nos decidimos a cambiar se puede lograr. Ya llevo veinte años de mi vida sobrio y Dios me utiliza para salvar y tender una mano a personas iguales a mi hace mucho tiempo.

2 comentarios

2 Comments


orsasa
Oct 26, 2021

Definitivamente, esta publicación nos deja mucha enseñanza en base a una experiencia de vida; alguna vez, todos, hemos caído en un vicio que nos aleja de Dios. Muy clara y articulada esta lectura que nos dispone a una reflexión sobre nuestras vidas.

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Jose Luis Vasquez
Jose Luis Vasquez
Oct 26, 2021

Interesante cronica la felicito tatiana

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