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Foto del escritorLa Pluma

La batalla en contra de mi infancia

Escrito por: Karen Melissa Imbus y Angie Daniela Torres


Una niña de siete hasta sus once años vive episodios que marcaron su vida y desde entonces, desea dedicarle sus letras a las víctimas del conflicto armado con una esperanza de vida para combatir los amargos sabores de su corazón.


La muerte que le dio un giro a mi vida


Todo comenzó desde aquella vez, sí… la vida se tornó oscura y vacía, no tenía sentido por ningún lado, ¿por qué?, se fue mi alma gemela, mi mundo, una parte de mí… recuerdo ese accidente en el que caíste, recuerdo la hora en que todo sucedió, aquel día en que mi corazón se partió.

No podía creer que alguien como tú terminara así, no de esa forma, no debajo de un camión. Esa vez quise no haber tenido visión para no observar aquella tragedia, quise morir al instante.

Ella… cuidaba de mí, me protegía, me vestía (DIOS...). Verte allí tirada destrozó mi corazón, ahora… ¿qué sería de mí?, ¿quién me daría un cálido abrazo cuando estuviese triste? La vida ha sido muy cruel con nosotros; lo peor es que solo tenía seis años…

Ahora quedaría sola, pues ella era quien cuidaba de mí mientras mamá trabajaba como docente en la zona rural, o bueno, en ese tiempo conocido como “Zona roja”. Como no había quien me cuidara, decidió llevarme a vivir con ella.

Fue un largo viaje; aproximadamente ocho horas en un campero Suzuki LJ80 por una trocha.


En ese tiempo, la carretera no era muy favorable, el carro se enterró; esa vez sentí miedo, pues era algo jamás vivido, el campero ya casi se volcaba y nosotros dentro de él; en ese momento el conductor lo pudo estabilizar y es donde pude bajarme con mi mamá.

Ella me miró con tristeza y preocupación, aún así; no entendía nada. Suponía que tanta tristeza era porque hacía una semana habíamos enterrado a mi hermana y desde entonces, a las dos nos había cambiado la vida.

Ella me abrazaba, y decía:

- ¡Por ningún motivo puedes irte de mi lado y menos sin pedir permiso! La observé confundida; sin embargo, respondí:

- ¡No, Mami! No me iré. Por el contrario, por fin estaremos juntas después de tanto tiempo. Recuerdo los paisajes a nuestro alrededor. Eran muy bonitos, además de ello, parecía la única esperanza de lo que se venía.

Después de tanto empujar para sacar el campero continuamos con el viaje; pero cuando llegamos a un pueblito llamado “Tableros” vi que había personas disfrazadas, así yo les decía. Mi mamá tomó mi mano, enseguida uno de ellos preguntó:

- ¿Hacia dónde se dirigen? Enseguida, Armando, un señor que se encontraba junto a nosotras, respondió con una voz nerviosa:

- Para la Cooperativa, vivimos allá y salí a traer concentrado para el ganado. - La señora y la niña, ¿Quiénes son?

- La maestra y su hija mi señor pero no se preocupe son buenas personas y la profe aporta a nuestros niños muy buenos aprendizajes.

En los ojos de Nidia, mi mamá; veía miedo. Cada vez apretaba más mi mano como si esos señores disfrazados nos fueran a hacer daño, sin embargo, seguí jugando con mi muñeca de trapo.

La inocencia de un niño no tiene comparación. Era una niña dulce en medio de un temeroso encuentro… Al arrancar, un hombre uniformado me miró fijamente, mi mami volvió y tomó mi mano esta vez para decirme una vez más que no debía irme sin permiso de ella.

Con una mirada tierna, le pregunté:

- Mamita, ¿por qué todas las personas están disfrazadas? Ella, con una mirada distractora me dijo: -No son disfraces mi pequeña. Interrumpí rápidamente con un:

- ¿Entonces? - Son un grupo de personas que pueden jugar con las emociones de los niños para persuadirlos y finalmente convencerlos de irse con ellos.

Desde entonces, me convencí de que no debía interactuar con ellos. Cada vez que los veía salía corriendo, sentía que era una carrera contra la muerte y que en esos momentos no me podía dejar distraer.

Una historia para no olvidar

Al llegar al destino final, observé que la cooperativa era un caserío, así como un barrio pequeño. No tenía parques de diversiones, cine, polideportivos ni alguna de las comodidades que había en una ciudad. Simplemente era campo: árboles cargados de frutas, paisajes llaneros, animales de toda especie, ganado y serpientes peligrosas.


“Hoy podemos estar, pero mañana la guerrilla me puede desaparecer”

Como olvidarlo, en ese tiempo las casas eran fabricadas en madera y algunas de lonas, la comunidad estaba unida y todo dependía de la economía de las personas; puesto que a muchos no les alcanzaba para conseguir recursos para cortarla.

Aunque doña Gloria no podía brindarle las mejores comodidades a Daniela, su hija, le enseñaba el amor por el campo, el de la familia y las ganas de cambiar su suerte, fue algo que durante esos años admiré y aprendí a valorar cada pequeño espacio con mi mamá porque, como decía Doña Gloria “hoy podemos estar, pero mañana la guerrilla me puede desaparecer”.

Aún así, los niños eran felices jugando con lodo, cazando animales como la lapa y el chigüiro y me gustaba aprender de ellos.


Esa primera vez en que miré que tomaron ramas caídas de los árboles o palos, e hicieron dos grupos, cuando de repente empezaron actuar como si estuviesen en un enfrentamiento, y sí, esas ramas eran sus armas, hasta usaban las piedras como balas.

Desde la escuela observaba lo tanto que se “divertían” aunque para mí era muy extraño. En aquel lugar la guerra había generado en ellos una costumbre poco convencional, pues no podía comprender como había tanta violencia en su cabeza.

El querer cambiar una sociedad

Después de varios días empecé a retomar mi nueva vida, entraba a tercero de primaria, y mi nueva profesora era una compañera de mamá. Recuerdo que era morena, crespa, de ojos marrón claros y vestía elegante, además, fue muy amable conmigo.


Cambiar el pensamiento de un niño que le ha marcado la guerra, puede llegar ser un sentimiento que se convierte en un reto, y ese era el mío.

Hice varias amiguitas, las invitaba a ser parte de mis juegos favoritos: la cocinita, congelados, stop e inclusive les prestaba mis carritos de juguete y también mis muñecas; al principio, les parecía curioso; pero ellas me insistían en que fuéramos a jugar a las batallas, así, se llamaba el dichoso juego.

Con perplejidad, le dije a mi amiga:

- ¿Batallas? ¿Qué es eso? Ella sin pensarlo me respondió:

-Es muy divertido el juego, además vemos cada rato jugando a los adultos; cuando sea grande quiero ser como ellos.

Luego de decirme sus argumentos, salió corriendo y fueron a armar sus equipos, me quedé en el andén del salón y los vi jugar; recuerdo que decían “tas, tas, muere” y se introducían en medio del pasto, quedaba perpleja al observarlos.

Mi mamá me llamó y me dijo:


-Debes entretener a tus amigas coloreando

-¡Pero mamá, ellas me invitan a jugar batallas!

-No mi pequeña, debes ser un ejemplo para ellos, escuchalos y orientalos para construir de ellos nuevos ideales.

Aunque mamá, la profesora Viviana y yo organizamos actividades lúdicas, ellos siempre volvían a lo mismo, ¡Parecían disfrutarlo!

Cambiar el pensamiento de un niño que le ha marcado la guerra, puede llegar ser un sentimiento que se convierte en un reto, y ese era el mío. Sin embargo, sabía que constaría de tiempo y sucesos para hacerlo comprender a mis compañeros.

"Un día normal"

Un día, exactamente un martes estábamos en clase de matemáticas cuando de repente, escuché tiros cerca. La profesora actúo rápido y dijo:

- ¡Quietos niños! Todos bajen con cuidado de sus puestos y cúbranse con las colchonetas. Pregunté, ¿Colchonetas? Pero al parecer, no era momento de dudar.

Al mismo tiempo Viviana, mi profesora, tomó mi mano y en esas llegó mi mamá preocupada. “¡Se armó la plomacera!” exclamó Jhonatan, quien era uno de los niños más grandes del salón.

Los tiros estaban más cerca y algunas balas llegaban hasta la escuela, las ventanas no tenían vidrios y por esa razón los docentes debían mantener colchonetas para protegernos. Junto con mi mamá, nos pusimos un colchón y por nada del mundo me dejaba salir de allí. Esto era real, existía el conflicto armado.


Unos eran la guerrilla, los otros el Ejército Nacional, todos en una batalla campal que dejó miles de víctimas a su paso. Después de tres horas, por fin se acabó tan horrible experiencia. Los niños cuando iban para sus casas se encontraban con las balas por el camino.

Como si fuera poco, a veces estábamos en clase y llegaban esas personas: Las FARC. Nos invitaban a recreaciones: fútbol, baloncesto, la lleva, etc. Todos se repartían, un grupo recreaba, en cambio el otro repartía el refrigerio, charlas y nos hablaban mal del Ejército Nacional.


"No se puede olvidar cuando hablaban con los niños de seis años en adelante tratando de convencerlos que se fueran con ellos para tener una mejor vida”

No se puede olvidar cuando hablaban con los niños de seis años en adelante tratando de convencerlos que se fueran con ellos para tener “una mejor vida” o bueno, eso decían.


Conmigo una vez hablaron, me dijeron:


-Vamos y te enseñamos a ser más feliz, no te va faltar nada, ni tu mamá porque la llevamos para que hables con ella.


Sentía mi mirada nerviosa. Realmente a me daban miedo, yo quería salir corriendo hacia donde mi mamá, pero lo mejor era ignorarlos y no responder nada. Algunos de mis compañeros se iban, y nunca más volvía a saber de ellos.


Jhonathan, era uno de mis mejores amigos pero un día me dijo que me cuidara sin saber que sería su último adiós, sin dejar atrás las amenazas, así que no podían hacer algo en contra de ellos porque era peor. Un testimonio de Lucía que conmovió a mi madre fue:


- “Profe Nidia, Jhonathan se lo llevó la Guerra, ¡Mi hijo! y debemos irnos”

Así como los separaron a ellos, a mil familias también.

A la comunidad les hacían un mal, puesto que les cobraban una vacuna para que pudieran tener comercio, se adueñaban de sus tierras e incluso cuando querían, hacían que se fueran del caserío; la guerrilla al parecer era dueña de todo. Esa era la realidad.


"Vamos y te enseñamos a ser más feliz, no te va faltar nada, ni tu mamá porque la llevamos para que hables con ella"

Así fue como se vivió gran parte de mi infancia, hasta los once años. Varias veces siguieron yendo a la escuela a hablarme y tratar de persuadirme, sin embargo, mi mamá me orientó siempre, gracias a ello, nunca puse atención.


Cada uno vive una realidad diferente, a mí me tocó vivir experiencias que a nadie le puedo desear. Tratando de cambiar el pensamiento de los demás.


Brayan, un compañero de clase, después de todo, estudia y trabaja con la esperanza de empezar una nueva era sin conflicto armado, lejos de las armas, esto demuestra que junto a mi madre, algo se pudo cambiar, pero aún falta más.

Solo espero que los tiempos cambien, son sensaciones que ninguno merece sentir. El miedo se apiada de las personas y es entonces donde prefieren dejarlo todo, sobrevivir en la ciudad tratando de escapar de las cicatrices del conflicto armado.


Espero que algún día todo acabe y no haya niños que tengan que volver a pasar por tanta violencia e inseguridad, son angelitos en un campo de batalla.

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