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Foto del escritorLa Pluma

El crimen de ser mujer

Por: Karol Aguilera Bedoya

La aparición en los medios de comunicación de la muerte de mujeres a manos de sus parejas, ex parejas o familiares, ya resulta tan natural, que no importa la magnitud de dicha atrocidad infringida hacia ellas, haciendo parecer que estas situaciones no son graves a nivel social, convirtiéndose así en una noticia habitual.


La violencia de género se ha convertido en un tema de gran insensibilidad social, donde resulta más fácil culpar a quien fue agredida, ya sea por su vestuario, las horas o el lugar en donde se encontraba, o decir también que el agresor lo hizo porque tenía alguna enfermedad mental, o estaba bajo la influencia del alcohol y drogas, o simplemente decir porque “ella se lo buscó”.


Se debe entender que este tipo de violencia no solo surge por decisiones individuales o ciertos rasgos específicos, sino por un sistema que ha venido desde el siglo XIX y el siglo XX colocando en posición a la mujer en desventaja con respecto al del hombre, donde sus derechos nunca han sido equitativos a lo largo de la historia, en el caso particular de Colombia, donde su inclusión en la política era completamente nula, un sistema que naturaliza lo que los hombres y mujeres podemos y debemos hacer, reproduciendo un orden injusto y desigual.


Con esto no estoy señalando que las mujeres son más débiles que los hombres, sino que físicamente son más vulnerables, comenzando porque desde pequeñas no se les adiestra en la fuerza y en la defensa propia, como si lo hacen con los hombres.


El feminicidio es el crimen que se comete en contra de una mujer por el simple hecho de ser mujer, o como lo definieron las abogadas en 1976 usando por primera vez el término ante un Tribunal Internacional sobre los Crímenes contra la Mujer en Bruselas: “Es el asesinato de mujeres por hombres motivados por el odio, desprecio, placer o sentido de posesión hacia las mujeres”, permitiendo que los hombres puedan expresar su ira, su odio y rabia golpeando a una mujer, sometiéndola a una forma de castigo, donde estas violencias se sostienen en parte de la negligencia y apatía, pero por otro lado, por una serie de creencias que se tienen acerca de las relaciones amorosas, teniendo estándares de comportamiento; creencias como que nuestra pareja “nos pertenece”, por lo tanto se le puede prohibir, controlar, dominar, creyendo que el “amor todo lo puede”, mientras se irrespetan nuestros derechos. Mujeres que mueren asesinadas por los golpes, balas de un arma, violaciones con empalamientos y torturas que conllevan a la muerte.


El feminicidio ofende más que el machicidio por estas consideraciones de dominación y otras como las estadísticas, donde un 78% de las mujeres las matan sus parejas, sus exparejas, algún conocido o un familiar, según la Entidad de las Naciones Unidas ONU Mujeres, mientras que gran parte de la violencia o muerte de los hombres son por desconocidos en las calles. Esto se entiende que las mujeres están más expuestas en lugares que se consideran de más protección y seguridad: el hogar.


Es doloroso como cada día un promedio de 137 mujeres muere alrededor del mundo en manos de su pareja o algún familiar, según información dada a conocer por las Naciones Unidas, pero aún más indignante es ver cómo después de todos estos acontecimientos de violencia contra las mujeres hay personas que afirman que los feminicidios no existen. Cuánto quisiéramos las mujeres que estos casos fueran solo eso, una excepción a la regla, pero no es así.


Claramente no son todos los hombres, pero hay que desmitificar la figura del feminicida, ya que no se soluciona esto desde lo individual. No hay que tener muchos estudios, o muchos doctorados para entender esta situación, sólo leer las cifras donde una de cada dos mujeres en el país murió a manos de su pareja, mientras que en el caso de los hombres es uno de cada 20; si sólo en el 2018 de acuerdo con la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) al menos 3.529 mujeres fueron asesinadas por sólo su género, siendo América Latina una de las regiones en el mundo más violenta para las mujeres, y Colombia entre 12 países de la región cuenta con la segunda tasa más alta de feminicidios por cada 100 mil habitantes según las Naciones Unidas. Y aún siguen creyendo que es un mito o una imaginación.


Además de esto, la nueva realidad producida por el COVID-19 ha aumentado notoriamente los casos de violencia contra las mujeres, simplemente se ve con escribir en cualquier buscador “Feminicidios en cuarentena” para ver la cantidad de titulares de esta dramática situación. Sin embargo, la violencia contra la mujer no conoce de cuarentena, son víctimas de este tipo de situaciones y se pueden ver más expuestas en tiempos de confinamiento donde gran parte del tiempo permanecen con sus parejas que las agreden, reconociendo un estudio por el Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género que evidencia que los feminicidios ocurren con más frecuencia en la noche y madrugada cuando hay mayor convivencia, ¿siguen creyendo que no existe?


Un gran avance ha sido el reconocimiento de la violencia de género y del delito de feminicidio sancionado en la ley de 161 de 2015 que lleva por nombre el de Rosa Elvira Cely quien fue asesinada, violada, torturada por sus compañeros de clase. Las leyes son muy necesarias, pero aun así se necesita a gobernantes pensando en políticas públicas para garantizar la vida de las mujeres, esperando que esta crisis que afrontamos sirva para reflexionar y no como una excusa para mostrar la lucha contra la violencia de género desfinanciada.


En nombre de cada mujer que estaba jugándose la vida por definirse a ella misma, que luchaba por sus sueños y metas, que esperaba tener una luz de esperanza en estos ataques; recordemos a Fátima, una niña de 7 años que apareció sin vida en una bolsa de basura al sur de Ciudad de México con signos de tortura y agresión sexual; Por la vida de Amanda, una señora que vendía bocadillo con queso en Bogotá, quien fue asesinada por su esposo; Por Inés, una joven de 20 años, quien fue asesinada a sangre fría por su propio tío. Y por muchas víctimas más, recordándole al Estado que en sus manos tiene la responsabilidad de hacer no solo su trabajo sino en ponerle nombre, hacer visible y facilitar la sanción de la violencia contra la mujer.


Un feminicidio no es sólo una palabra o una lista de nombres; detrás de todo eso hay maltratos, injusticias, humillaciones, miedo de no llegar con vida a casa, con la incógnita de quién será la siguiente. Ya es hora, ¡ya basta!


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