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Foto del escritorLa Pluma

Sucumbir o sobrevivir: las marcas imborrables de un pasado violento

Por: María José Uribe


Las cicatrices de Xiomara*, reflejan el sufrimiento de una vida de maltratos. Hoy, después de 33 años de haber sido víctima de esta situación, cuenta su historia como símbolo de fortaleza para aquellas mujeres que siguen atrapadas en un contexto de violencia.


Ella hace parte de ese 8,8 % de sobrevivientes de Colombia que por mucho tiempo toleró amenazas, humillaciones, golpes y no denunció a tiempo por temor a represalias de sus parejas.

Xiomara Andrea* toma aire, intenta mantener su mirada fija y una sonrisa en su rostro; pero se atormenta. Hay silencios en su relato y las lágrimas descienden sobre sus mejillas cada vez que recuerda las vivencias de su pasado. Mientras contempla los diplomas, fotografías y medallas de sus hijas, recobra el aliento y empieza a relatar los sucesos de su dolor.


Los pasos de la infancia


Nacida el tres de noviembre de 1970 en Pereira Risaralda, hija de un padre ausente y una mujer alcohólica y dedicada a la vida alegre. Xiomara, conoce el trabajo y los castigos a los ocho años. Pues, cuando los cumple, su madre es llevada a la cárcel por haber apuñalado a un hombre que intentó sobrepasarse con ella.


En ese momento, queda a cargo de la comadrona de la casa de damas de compañía. Esta la obliga a cocinar, servirles, hacer diferentes tareas y en las noches a meterse en un armario para dormir porque las habitaciones estaban ocupadas. Cuando su mamá sale de prisión, se trasladan a la Virginia, Risaralda, donde viven sus otros familiares.


Allí, su madre deja su empleo y se enamora de don Pacho, un hombre que despreciaba a la niña por no compartir su sangre.

A los 15 años, la echan de la casa. Ella se va a vivir con su tía. Se siente amada, pero hay muchas personas en el hogar, la comida escasea y en medio de la desesperación decide trabajar como vendedora de licor en una plaza del centro.


En ese lugar conoce a Juan Ruíz, alias 'Juan el loco', un adinerado ganadero, dueño de las principales carnicerías y sicario del grupo paramilitar Los Ruices.


“En la Virginia, los hombres con poder como él, escogían a las mujeres, a mí me eligió. No podía hacer nada ante eso, desde ese momento ningún hombre pudo verme o hablarme con intenciones amorosas”, recuerda con frustración y enojo.


Para ese entonces don Pacho murió y dejó con deudas a la mamá de Xiomara. Esta enfermó de cáncer de hígado, la desahuciaron. Juan estuvo pendiente de la salud de la señora. Fue un gran apoyo emocional y económico para el hogar durante esos meses.


La madre de Andrea murió. Y esta se vio obligada a entablar una relación como agradecimiento.


Se fueron para Argelia Valle, abrieron un bar como socios. Juan la celaba demasiado con los clientes. Ella percibía conductas violentas, se aterraba cuando le decía frases como: “Usted es mi mujer, me pertenece”.


Ella presentía que estaba metida en problemas, pero le tenía miedo y sabía lo que le podría suceder, si no acataba sus órdenes.


Una huella indeleble


Una noche Juan la invitó a salir a la discoteca, Xiomara no deseaba hacerlo; él la obligó. Cuando entraron en ella, había una pareja discutiendo y el muchacho la empujó bruscamente al pasar, no le pidió disculpas y Juan se incomodó.


Por ese motivo, se fueron para otra taberna y allí encontraron a los mismos jóvenes.


Ruíz estaba molesto y cuando vio que el muchacho salió a fumar un cigarrillo, le dijo a Andrea que volvería pronto.

De repente se escucharon seis disparos y muchos gritos. Mientras todos corrían rodeando a los heridos, Xiomara salió del lugar.


En el suelo estaban inconscientes tres personas, una de ellas, era el joven que la había empujado, este tenía tres heridas en su estómago; la otra era su novia, con una perforación en el brazo derecho y el último, fue un señor que iba pasando y una bala penetró su zona abdominal y la otra le destrozó el pulgar del pie.


Entre los gritos, esta vio cómo Juan guardaba el arma y se retiraba corriendo hacia una loma. Después llegó la policía y la ambulancia. Las personas explicaron lo sucedido y los oficiales se la llevaron para la estación.


Allí le preguntaron por su acompañante.


-Bueno, señora, díganos la identidad de ese criminal. La gente dijo que usted es la mujer. Agradezca que le estamos dando la oportunidad de colaborar, ¿dónde está escondido?


Pero ella no respondía a los interrogantes, solo lloraba, pues sabía que, al comentar el pasado de Juan, no se podría salvar de la cárcel. Entonces, les manifestó con dificultad que él se había escondido detrás del cerro de la discoteca.


Después de cuatro horas de búsqueda, lo pudieron encontrar. Juan se entregó con la condición de que no le hicieran nada a ella.


Mientras él estuvo en el calabozo, Xiomara fue a visitar a los heridos. Ninguno de ellos había muerto.


Los tres, le dijeron que no demandarían, pero que sí deseaban tres millones de pesos como compensación. Se les entregó el dinero.


Luego, se hizo un arreglo con las autoridades por otra suma y como la pistola tenía la documentación bajo regla, lo soltaron.


“En ese tiempo todo se arreglaba con plata y como a él no le hacía falta, lo dejaron salir, pero nos tocó irnos del municipio”, dice mientras su mirada se entristece y se quiebra su voz.


Fue así como regresaron a la Virginia Risaralda e inició una etapa de maltratos y agresiones. Juan decidió encerrarla en una habitación durante tres meses y la golpeaba todos los fines de semana. Ella solo podía ver a la gente por una pequeña ventana. No pedía ayuda porque él la amenazó con asesinarle a su familia si lo dejaba.


"En la Virginia, los hombres con poder como él, escogían a las mujeres, a mí me eligió... desde ese momento ningún hombre pudo verme o hablarme con intenciones amorosas"

Un día pasó una conocida de su difunta madre y le preguntó por su estado. Al no tolerar más su situación (y aprovechando que este no se encontraba), Andrea le contó sobre el encierro, los maltratos e intimidaciones. La señora con temor le dijo que le propondría un negocio para que al menos la dejara salir.


La idea de un almacén de ropa, le agradó a Juan. Xiomara empezó a trabajar nuevamente, pero esto no terminó con la conducta violenta de su pareja. En una ocasión, un cliente le coqueteó y cuando llegaron a casa, le propinó una golpiza.

Mientras entraban, Juan la empujó. Ella cayó al suelo. La tomó del cabello, la arrastró por toda la sala. La pateó. Xiomara gritaba, pedía ayuda. Juan le tapó la boca- ¡Cállese perra! Le dio un puño en su rostro. Le fracturó el tabique. Ella le decía que parara.


Él tomó la cacha de la pistola. La golpeó varias veces en la cabeza- ¡USTED NO PUEDE VERSE CON NADIE!, esto fue por sospechas. Ahora levántese que van a venir mis compadres y toca servirles, ¿me entendió?


Ella, sangrando, se paró del suelo y se dirigió a la cocina. Esa noche, estuvo hasta las 3:00 de la mañana atendiendo a los amigos de Ruíz. Estaban ebrios y le pedían más comida.


Cuando traía uno de los platos escuchó a Juan diciéndoles y “es que no se merece más que la muerte”. En ese momento, le estaba apuntando con el arma, ella se tiró rápidamente al suelo y seis tiros atravesaron la puerta. Los amigos de Juan se rieron.


El momento de escapar


Dos semanas después, el hombre le dijo que no lo esperara esa noche y que tuviera en cuenta que no podía salir, hablar con los vecinos o llamar a su familia. Pasaron 20 minutos y escapó. Salió corriendo hacia el terminal. Sin saber qué bus tomar, recordó que siempre le había gustado los paisajes del llano y se subió al tenía el letrero de Granada.


Con poco dinero, entró a una tienda a tomarse una gaseosa. “No sabía qué hacer, estaba desorientada, tenía miedo de que se diera cuenta y me matara, quería irme más lejos”. En ese momento, escuchó que un jeep saldría para Puerto Concordia y abordo en él.


En el camino pararon el auto porque la guerrilla no permitía el paso. Entonces se bajó junto a cinco hombres y empezaron a caminar.


-Mona y usted ¿viene a lo mismo que nosotros?, ¿a raspar coca?, preguntó uno de ellos.


-Sí… claro, a lo mismo; contestó con temor.

Después de recorrer muchos kilómetros se encontraron con un tractorista que les permitió subirse. En la zorra, uno de los hombres le dijo que no bajara a raspar porque a las mujeres las explotaban más y las violaban, que mejor pidiera trabajo en una finca.


El conductor les dijo que debían hacer una parada y aprovechó para hablar con ella.


Julio, le expresó que necesitaban una cocinera en el terreno de un amigo, Xiomara con desconfianza le manifestó que no iría a ningún lado con él.


Este insistió en que pensara si era preferible hacer comida o recolectar coca con tantos hombres en un lugar en donde la podían asesinar si no hacia bien el trabajo.


“Usted es bonita; pero yo sé que viene volada, se le nota por los golpes…. mire, ensaye un mes y si ve que no puede, le regalo el pasaje para que se devuelva; piénselo en el camino- me comentó- y yo elegí lo más adecuado”.


Esa noche llegaron a la finca del amigo de Julio y este le dijo que no se encartara con una mujer así, que por algo estaba huyendo y le sugirió que la violaran, pues nadie preguntaría por ella en la región. Julio lo golpeó y desde allí Andrea le tuvo más confianza.


¿Un nuevo comienzo?


Pasaron cuatro meses y se volvieron pareja. Trabajaban cultivando arroz y montaron una bomba de gasolina. Él la respetaba y después de un año de convivir, se enamoró. Sin embargo, la situación empezó tonarse difícil cuando Julio bebía, pues la empujaba y humillaba en ese estado.


Para ese tiempo Xiomara quedó embarazada, pero el feto no pudo desarrollarse debido a que al trasplantar el ACPM (Aceite Combustible para Motores), petróleo y la gasolina con una manguera (para posteriormente echarlos en canecas), esta succionó sus gases, impidiendo su crecimiento.

Su aborto espontáneo la dejó en coma durante de 10 días en el hospital. Julio la abandonó y había rumores de que tenía amantes.


Después de su recuperación, volvieron. Pero, era más agresivo, ahora la golpeaba con los objetos a su alcance. En una ocasión le pegó con un machete y le lesionó un tendón. Hoy, sigue con cicatrices de la 'peinilla'.


“Yo me enamoré de él… pensé que era diferente…volví a sentir ese terror en el que cada día podía morir”, dice mientras su voz quiebra, baja la mirada y algunas lágrimas descienden por su rostro.


“Yo me enamoré de él… pensé que era diferente…volví a sentir ese terror en el que cada día podía morir”

A pesar de esto vino otro embarazo. Al principio Julio creyó que no era de él, pero después lo aceptó. La niña nació con ciertas dificultades y después de cuatro años, nació la otra bebé.

Los golpes ya no eran solo para ella, sino también para sus hijas. Las niñas no podían llorar. Un día amenazó a Xiomara con una escopeta por no controlar el berrinche de la menor. En ese momento recordó su pasado y tomó una pala para enfrentarse a él.


-¡Ya me cansé Julio!, diga cómo nos toca … a ellas no les va a pegar. Ya no aguanto, me largo de aquí con mi familia.


Ante esto, Julio tomó todo el dinero de la bomba y la abandonó.


Un camino de resiliencia y transformación


Las tres mujeres se fueron para Palmeras, una vereda del municipio de San Carlos de Guaroa. Allí empezó otra odisea, pues el hombre entraba al hogar constantemente y la amenazaba con que se iba a llevar a sus hijas.


“Él se convirtió en una pesadilla, esperaba afuera del pueblo en un auto a que salieran las niñas para llevárselas.

También llamaba a la estación de servicio comunal para amenazarla.


Una vez, trajo a un guerrillero y cuando los paramilitares de aquí se enteraron, dijo que era conocido de mi amiga y a ella se la llevaron por un día a rendir cuentas”, expresa con furia Patricia Ramos, madrina de las hijas de Xiomara.


Con el tiempo, Andrea, tuvo que armarse de valor y le pidió ayuda a las autoridades, estas no le prestaron atención. Entonces habló con un grupo paramilitar y ellos la protegieron durante un año.


El hombre se alejó y Xiomara se defendía cuando enviaba a amenazarla.


Hoy, dice que se equivocó con él; pero que no lo considera su enemigo, porque después de todo es el padre de sus hijas.


“Saber que él es mi progenitor es incómodo, me ha demostrado que continúa siendo un hombre machista … pero lo aprecio, agradezco que mi mamá tuvo la fortaleza de abandonarlo y nunca infundirnos rencor hacia él”, expresa Daniela, hija mayor de Andrea.


El padre nunca deseó darles el apellido a las niñas. A pesar de esto, ellas lo visitan y se comunican constantemente.

En la actualidad, Xiomara vive con sus hijas, trabaja en servicios generales. Eligió quedarse sin pareja, pues dice que así puede vivir con tranquilidad y sin temor. También comenta que relata esta historia como un ejemplo para aquellas mujeres que sufren de maltrato.


Mientras mira fijamente las fotografías de su familia, esboza una sonrisa y expresa:


Todas nosotras debemos ser capaces de luchar, de levantarnos, de exigir respeto, de no tolerar los momentos de miedo, desprecio, humillación y dolor. Somos madres y por nuestros hijos, podemos hacer cualquier cosa”.

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