Una mujer sufrió junto a su familia una de las realidades más drásticas que puede vivir una persona en nuestro país, es decir, el desplazamiento forzado. Esta es su historia. Una batalla que continúa incierta.
A las cinco y media de la tarde comenzaba a caer la noche de aquel viernes 12 de septiembre de 2008. Todos estaban preparados para disponerse a cenar y descansar, pero nadie imaginaba lo que unas horas después iba a ocurrir.
-El peor suceso de sus vidas, señaló la señora Edilma.
Foto suministrada por: Noticiasrcn.com
Sentados y reunidos todos en el comedor les llegó la noticia de que antes de que amaneciera debían marcharse. Aquella noche no hubo disparos, pero sí les dejaron claras las instrucciones que debían seguir.
Desesperados y temiendo por la vida de cada miembro de la familia, se dispusieron a guardar su arma secreta, la comida. No estaban seguros para donde iban, ni cuando volverían a comer.
Una vida difícil
Doña Edilma sentada en un sofá junto a su nieta quien intentaba tranquilizarla, se miraban fijamente perdidas en una profunda tristeza. No podían hablar. Aunque entre su dolor y desconsuelo, lo querían decir todo. Se sujetaron la mano e iniciaron a relatar los sucesos a los que ellas mismas denominan “una vida difícil”.
Ya eran casi las cuatro de la tarde, la situación era delicada y dolorosa. De repente la señora Edilma comentó la propuesta, su familia, estuvo de acuerdo. Al día siguiente se despertaron con el cantar de los gallos, todos listos y con la fé puesta emprendieron el viaje desde Villavicencio con rumbo a Mapiripán-Meta.
-Parece que fue el 10 de mayo de 2004, refirió.
Doña Edilma, dice que parece porque entre risas reconoce que sus 72 años en ocasiones le juegan una mala pasada a su memoria. Cierra sus ojos. Respira.
Continúa dando un viaje como un suspiro por su memoria, ya no recuerda con precisión, pero con todo el amor y una gran sonrisa en su rostro logra recordar algunos acontecimientos.
Dice tener presente con ansias el grito de uno de sus hijos ¡Llegamos! En ese momento sintieron un escalofrió por todo su cuerpo.
Caminaron hacia el pueblo sin decir nada, pero inundados en un mar de pensamientos y con la fé intacta de que todo tornaría un mejor rumbo. Efectivamente así fue, con el transcurrir de los días y meses todo mejoró. En Mapiripán encontraron una luz de esperanza aun cuando todo lo daban por perdido.
-En este maravilloso lugar trabajamos arduamente. Éramos una familia muy unida y feliz. Contestó ella con una gran sonrisa en su rostro.
Allí tenían su propio negocio, vendían comidas rápidas. Era una gran herencia familiar. Todo era color de rosa hasta el día que llegó la guerrilla debido a que iniciaron a dominar todos los negocios del pueblo.
-Trabajábamos para ellos. Mencionó ella.
- ¿Debían pagarles para poder trabajar? Pregunté.
-Efectivamente. Todos los días pasaban por la cuota de “protección”. Tal y como ellos la llamaban. Respondió.
El día menos pensado a través de la radio comunitaria anunciaron que ese día nadie podía trabajar después de las seis de la tarde. Todos debían estar a esa hora dentro de sus hogares.
-La situación se inició a poner color de hormiga. La gente creyó que era mentira. Al día siguiente. Aparecieron varios muertos fuera de cada una de sus viviendas. Susurró.
Desde ese momento nada fue como antes, ahora vivían con miedo y aterrorizados. En diversas ocasiones en lugar de despertarse con el cantar de los pájaros, se despertaban con el canto de los fúsiles y su único refugio era esconderse a las sombras de las tablas de sus camas.
-Hacían temblar la tierra, sentíamos que nos zumbaban en nuestros oídos. Cerró sus ojos. Respiro. Pensábamos que era nuestro final. Refirió Doña Edilma con lágrimas en su rostro.
Llegó la hora...
Semanas después uno de ellos regresó. Llegó con la orden de solicitar los datos de algunos de los ciudadanos. Todos a la expectativa y temerosos los dieron, sin imaginar que ese sería el día en el que tendrían que abandonar su territorio, pertenencias, entorno y su vida tal y como la conocían.
Ese día Doña Edilma junto con su esposo y sus tres hijos cerraron las puertas de su negocio como de costumbre y se dirigieron a su vivienda tranquilamente, sin imaginar que, al llegar a casa a cenar y descansar, encima del comedor encontrarían un panfleto con una de las peores noticias que podrían recibir.
¡Debían huir si querían mantenerse a salvo! Las instrucciones eran contundentes. Les ratificaban que debían irse lo más pronto posible.
-Íbamos a recoger algunas de nuestras pertenencias. De repente mi esposo gritó.
“ ¡Que pertenencias, ni que nada! … ¡Vámonos!”
Lo único que guardamos fue nuestra mejor aliada y arma secreta durante todo el viaje, la comida. Comentó.
Hora después...
El sábado 13 de septiembre de 2008 regresaron a Villavicencio con las manos vacías. El corazón roto y miles de sentimientos a los que aún se someten día tras día al recordar la dura situación e injusticia social a la que se han tenido que enfrentar.
-Es difícil iniciar de cero. No se tiene el apoyo del Estado. Hemos resurgido entre las cenizas por nuestros propios méritos, nuestra perseverancia es más fuerte que cualquier obstáculo. Refirió Doña Edilma y su nieta reafirmó con orgullo.
Colombia es considerado uno de los países con más leyes en cuanto al desplazamiento forzado se trata.
Esta es una de las muchas historias que después de un par de años aún continúa siendo una batalla incierta. Es la hora y siguen esperando la tan anhelada indemnización.
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