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Foto del escritorLuciana Giraldo

Pasos sombríos

Acompaña a nuestro protagonista en su desesperada búsqueda por escapar de un enigmático perseguidor. En cada párrafo sentirás la tensión crecer y el suspenso acechar. ¿Logrará encontrar la salvación o sucumbirá a su destino final? Descubre el desenlace inesperado en esta fascinante narrativa llena de giros sorprendentes.



Se levantó, y con los ánimos enmarañados buscó la manera de escapar. Sus pies ardían, sentía en las plantas de sus pies el peso de un cuerpo moribundo que le exigía un descanso inmediato, pero ¿cómo ofrecérselo?, si un minuto de reposo era entregarse desinhibidamente a su persecutor.


Lo escuchaba constantemente, sus pisadas eran cada vez más cercanas, pero en su mente retumbaba constantemente aquel dicho que desde niño su abuela le decía: «si sientes que está lejos, es porque realmente está cerca. Si lo escuchas tan cerca, que te atemoriza, relájate, está demasiado lejos como para hacerte daño». Aquello lo asociaba con el mito de El Silbón, porque era lo único que su mente podía procesar, mientras el miedo le carcomía la cordura.


Quería convencerse de que su presencia era imperceptible ante el ser que lo perseguía, pero era imposible pasar desapercibido. El líquido rojo metálico que se expandía por su anatomía, desde los sesos hasta aquellos pies, parecía gritarle con desesperación: «detente».



Él solo era capaz de escuchar los pasos, susurros y murmullos de aquel ser, a quien atendía con seriedad y, a su vez, intentaba disimular. Pareció una eternidad, hasta que después de tanto huir, entró a una habitación de donde convergía un cuadro transparente, que permitía ver un universo paralelo, observar una casa pintoresca y bonita. Todo parecía estar bien allá. Su mente procesó que quizás había una remota posibilidad de huir a través del espejo, quizás si lograba atravesar ese portal, lograría escapar definitivamente.


El ser tras el cuarto golpeaba con fuerza la puerta, primero con la palma y después con los puños. Ese sonido de compás constante alteraba su atención. No podía concentrarse porque en su mente se reproducía con mayor fuerza. Respiró hondo y decidió hacer el primer intento: tomó impulso y dio la primera estocada contra aquel cuadro. Chocó con fuerza su cuerpo contra este, siguiendo el compás de los puños, cuyos sonidos se repetían en su mente como si se tratara de un tambor anunciando la entrada triunfal de algún rey. Dio una segunda, una tercera y un sinfín de estocadas contra el cuadro transparente, hasta que toda la habitación quedó en silencio.


El ser tras la puerta logró entrar por fin a aquel cuarto equipado de utensilios comunes de un baño: un inodoro, una ducha, un lavamanos y un espejo. Este último estaba ensangrentado, y el centro fracturado totalmente, aún con la cabeza inerte del chico incrustada allí. El color rojo era el espectáculo central de aquel lugar que, de paredes blancas, se tiñó con el color escandaloso de la sangre. Había restos del espejo destrozado en el suelo, mientras el chico presentaba magulladuras y diferentes cortadas, algunas tan abruptas como las ocasionadas por el espejo y otras intencionales, como las que tenía en su muñeca.


La muerte entonces comprendió que no era la primera vez que le buscaba, solo que esta vez, aunque intentara huir del destino, como en otras ocasiones, sí fue la definitiva. Así que lo abrazó y en sus brazos gélidos lo acogió.


El chico sintió que había logrado su propósito, había logrado pasar a otra vida, a través del espejo.


Ilustraciones de Avril Nicoll Morales

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