Por: María Pérez y Yersi Londoño
El trabajo y una historia de una mujer campesina que ha tenido que afrontar dificultades y obstáculos en su vida para poder salir adelante.
Un día a la vez
El día sábado empezó y son las 3:33 de la mañana del 15 de mayo de 2021. Doña María Etelvina Arias León, se despierta como de costumbre a esta hora a montar las ollas para el desayuno del restaurante.
Pero, se estarán preguntando ¿Cuál restaurante y de dónde?, el pequeño restaurante se ubica en el Oasis (campo Rubiales, vereda Puerto Triunfo); se podría decir que es como un caserío, un poco lleno de tierra y barro, de zancudos y muchas petroleras.
Doña María es una señora de 65 años con un promedio de estatura entre 1.56, con un corte de cabello tipo pixie y color castaño, piel trigueña, de contextura robusta, una sonrisa hermosa y natural, la cual cada vez que sonríe es inevitable que se cierren sus ojos (es el detalle más tierno de sus facciones).
El día de hoy está vestida con una camiseta sencilla de color amarillo sol, un pantalón de tela delgada de color gris y unas zapatillas un poco desgastadas, me ha visto detallándole y me ha dicho –mija es que estas son las del trabajo-, además cabe aclarar que ella no se aplica ni una gota de maquillaje.
Ya son las 7:00 a. m., doña María no se ha podido sentar ni una sola vez, al restaurante llegan muchas personas, ¿y cómo no? La sazón de esta señora está a otro nivel.
La mayoría de personas son petroleros, ingenieros y camioneros, hay que resaltar que son de muy buen apetito, lo bueno es que hay dos jóvenes señoritas ayudándole en la cocina.
Una de ella es Martha de 23 años, tés morena, cabello ondulado de color negro y delgada, por otro lado Jessica de 32, cabello rubio, tés blanca y algo robusta, han vendido tantos almuerzos que les ha tocado preparar más arroz.
Ya son las 9:00 a. m., acabó de llegar la socia de trabajo de doña María, es una señora muy agraciada, se llama Ana María Díaz, 42 años, cabello liso y negro, tés blanca, ojos color miel y contextura acuerpada, es amable y carismática.
La señora María y doña Ana se llevan muy bien, doña Ana le pregunta:
-¿Doña María que hará de almuerzo?
-Voy a hacer verganzos con chorizo picao, agregó doña María.
La mañana avanza y el menú del día ya está listo para venderse. En la cocina hay una muy buena convivencia, pasan las horas y a eso de las 2:00 de la tarde llega un hombre a pedir más comida.
-¿Qué pasa que aquí sirven tan poquitos frijoles?, sírvanme más o lo mismo les voy a pagar- a lo que sale enojada la señora Ana – señor si usted quiere más, pague la porción o sino lárguese, que aquí se debe respetar-, efectivamente el señor se fue dejando la comida servida.
Doña Ana llama a Katherine (la mesera) “¿de dónde sale esa gente tan grosera?, le preguntó”, a lo que ella responde;
“Hay gente tan desconsiderada que cree que el mercado es regalado en esta lejanía y por eso piensan que uno les debe regalar todo”.
-Bueno mija, no importa, no me lo vuelva a atender y si vuelve a suceder algo así, me llama-.
A las 4:00 p. m., ya se había acabado el almuerzo. Doña María y las muchachas ya estaban haciendo aseo.
- Me senté y le empecé a preguntar respecto a la vida de ella y como había parado en el Oasis-.
La tierra del olvido
María Etelvina Arias León, nació el dos de noviembre de 1956, en Berbeo Boyacá. Con ocho hermanos haciéndole compañía, una madre luchadora y un padre algo ausente, en medio de tanta pobreza, les era difícil sustentar el estudio para todos.
-Mi padre solo dejaba estudiar a las niñas y hasta quinto de primaria, los niños tenían que ir a trabajar y por lo menos traer 5.000 pesos al día, que en ese entonces era harto y eran difíciles de conseguir-, doña María cuenta que la peinaban con agua de panela con limón para que el peinado le quedara como gel.
En la casa dormían aparte los hermanos, ya que eran seis niños y con ella tres niñas, “era una casita de teja y dormíamos en colchones”, en la tarde los ponían a pelar papa, pues su madre Eudora León de Arias vendía sopas en el pueblo, su padre Orlando Arias era mecánico.
A don Orlando le gustaba tomar bastante así que muchas veces se gastaba el sueldo y no dejaba para las cosas del hogar.
-Mi padre era muy machista, no nos dejaba ni salir a tomar el sol, ni entablar una conversación con los muchachos porque el rejo que nos daba no estaba escrito, señaló la señora María.
Al terminar quinto de primaria, doña María se puso a trabajar con su madre. Cuando tenía 14 años conoció a su prometido Ciro Antonio Espejo Colmenares. El padre de doña María se había negado rotundamente a esa relación, así que se escaparon y de esa manera Ciro Y María se fueron a vivir juntos.
“Fue una tortura, tuvimos que recoger hasta basura, mejor dicho nos tocó comer mierda”, agregó María .
Tuvieron siete hijos y allá mismo en Berbeo vivían en un ranchito, doña María me voltea a ver y me dice -yo no quería tener tantos hijos, pero en esa época si uno planificaba era porque uno le quería poner los cachos al marido, era un pecado-.
Hubo una época difícil, los hijos crecieron y cada uno cogió por su lado, aunque dos de ellos murieron, Angélica y Román, Angélica se ahogó con una espina de pescado y Román murió en un accidente automovilístico.
El comienzo del fin
María y Antonio llegaron a Villavicencio, con el fin de empezar un nuevo proyecto. Allí inauguraron un billar, les empezó a ir de maravilla, Alba una de sus hijas había sacado adelante su droguería en Tunja- Boyacá, pensaba que después de tanta lucha y sacrificios había logrado sus objetivos. Sacar su familia adelante y tener una vida digna junto a su prometido.
Pero como todo no es color de rosa, un tres de septiembre de 2014 a Antonio le empezó a doler el pecho, de repente se había desmayado y en un abrir y cerrar de ojos, ya se encontraba en el hospital.
-Mija fue el día más triste de mi vida, agregó ella.
-¿Qué sintió, puede decirme?, pregunté.
-Que se me iba el alma del cuerpo, el viejo me miró fijamente y me dijo, -María agárreme fuerte la mano, pero no se ponga triste, más adelante nos tendremos que ver--a la hora murió de un infarto-.
A raíz de tanta tristeza y al sentirse sola, vendió el billar y se fue a vivir con su hija Alba a Boyacá. Ahí empezó a trabajar y a ahorrar, pues como antes había mencionado siempre fue muy trabajadora, en el 2016 se devolvió para Villavicencio y abrió nuevamente un restaurante, pero como estaba sola, no pudo más y lo vendió a mitad de 2017.
Doña María se preguntaba por qué sus hijos la habían abandonado y cuando más los necesitaba a su lado, su hijo Lalo al darse cuenta que su madre se sentía sola y depresiva, empezó a apoyarla en todo y se fue a vivir con ella.
Lalo tenía un billar así que empezaron a trabajar juntos en la Cuncia, vía Acacias- Villavicencio “Mami perdóneme por estar ausente todos estos años, más cuando me necesitaba, pero yo también estaba perdido de mi destino y ya regresé”, agregó Lalo.
Lo que realmente sucedió es que Lalo había estado preso en la cárcel de Bogotá por decisiones erroneas que tomó.
Estuvo dos años y lo sacaron por buena convivencia, después de salir se reivindicó y empezó a buscar nuevos rumbos, en el tiempo que murió su padre se arrepintió mucho por no buscarlo y estar más pendiente de él.
Al regresar habló con doña María, reunió a todos sus hermanos y les comentó:
-No le hagamos esto a la madre que siempre estuvo con nosotros, miren cuántos viejos están por ahí en la calle siendo olvidados por sus familias, aprovechemos ahora que nuestra vieja está viva- a lo que Alba respondió -–es responsabilidad de nosotros cuidarla y agradecerle por todo—.
-Tranquilos mijos que desde ahora todas las navidades vamos a estar juntos, agregó doña María.
- ¿Y así fue? Pregunté.
- Si, así fue mija, Respondió.
Bonito y tranquilo
En el 2019 llegaron con Orlando a la vereda Puerto Triunfo (Oasis), como doña María tiene muy buena sazón la aceptaron sin pensarlo en un restaurante, era un poco complicado pues en el Oasis no hay buena señal de celular, el fluido eléctrico se va continuamente y mantienen sin agua, lo bueno es que hay petroleras y por ende el trabajo para los restaurantes es muy próspero.
En el 2020 conoció a la señora Ana María, muy carismática y decente. Doña Ana quedó encantada con la sazón de doña María así que la contrató y empezaron a trabajar en sociedad, les ha ido bien y el nombre del restaurante es El Oasis, uno de los más reconocidos en la vereda, cabe recalcar que por el Oasis hay una comunidad indígena y de vez en cuando ellas les brindan almuerzos y mercados.
Doña Ana dice que para viajar al Oasis hay que aguantarse 12 horas de viaje- a veces hay paros indígenas o camioneros y lo tienen ahí a uno hasta dos días, pero el trabajo, lo vale-, va terminando la jornada laboral, son las 6 p. m., ya están agotadas.
Doña María dice que no le disgusta trabajar y más si su hijo Orlando le acompaña, se queda mirándome y me dice :
“Es todo por hoy, espero le haya parecido interesante y a raíz de mi historia aprenda a valorar a sus padres, nosotros hacemos un gran esfuerzo por ustedes”- pienso que todas las personas tienen una historia que contar, hay que ponernos en los zapatos de los demás.
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